Ya que promete ser más sana y sostenible, la comida orgánica es mejor para el clima, por ello, la Unión Europea tiene previsto alcanzar la producción ecológica en el 25% de sus tierras para 2030, frente al 9.1% de 2020.
En cambio, Estados Unidos no está apostando por la agricultura verde, que todavía representa menos del 1% . Sin embargo, el U.S. Departament of Agriculture (USDA) promueve la cosecha climáticamente inteligente invirtiendo 1,000 millones de dólares en proyectos piloto de productos básicos regenerativos.
¿La agricultura ecológica requiere demasiada tierra?
De acuerdo con GreenBiz, la siembra ecológica no es más respetuosa con el clima que la convencional si se evalúan estrictamente las emisiones. En un análisis comparativo de las repercusiones medioambientales, Michael Clark y David Tilman, de la Universidad de Minnesota, descubrieron que «los sistemas orgánicos y convencionales no difieren significativamente en sus emisiones de gases de efecto invernadero» y eso no es lo único.
El uso de la tierra es el talón de Aquiles de las técnicas orgánicas. La investigación concluyó que las granjas requieren entre un 25 y 110% más de suelo para producir la misma cantidad de alimentos porque los rendimientos son menores. Son noticias terribles para el clima porque conllevan el llamado «costo de oportunidad del carbono».
Cuando no se utiliza para el cultivo, el mismo espacio podría albergar ecosistemas naturales como bosques y praderas que almacenan cantidades de carbono mucho mayores que los lugares agrícolas. Pero la agricultura sigue apoderándose de más y más reservas en lugar de devolver los campos a la naturaleza, con lo que sigue fortaleciendo la crisis climática y de biodiversidad.
La necesidad resultante de limitar a la agricultura, junto con la preocupación por la rentabilidad, hace que muchos campesinos y ecologistas se centren en asegurar altas utilidades.
Los avances en la mejora genética, los plaguicidas y los fertilizantes, la maquinaria y las explotaciones han dado entrada a un impresionante aumento de la productividad en las últimas décadas. Por ejemplo, la soya ha incrementado un 150% desde 1961 y los beneficios ambientales no han podido competir con estos rápidos avances, lo que ha dificultado su crecimiento.
Los costos del carbono
¿Por qué esta desventaja no ha disuadido a los defensores y practicantes de la agricultura ecológica, incluidos los legisladores europeos? Una de las razones es que ofrece otras ventajas sociales y ambientales.
Los trabajadores y las comunidades rurales sufren de forma desproporcionada el empleo inseguro de pesticidas convencionales. Por su parte, los suelos ecológicos tienden a ser más sanos, lo que aumenta su resistencia a fenómenos meteorológicos extremos, una consideración esencial ya que los impactos del calentamiento global se intensificarán.
Además, en los países de ingresos bajos y medios, el paso a la siembra industrial no suele suponer una mejora general de las condiciones sociales, económicas y medioambientales. En tanto, muchas de las prácticas que se tildan de regenerativas han sido piedras angulares frente a las problemáticas.
Asimismo, las siembras sostenibles son una forma más transparente de promover la agricultura climáticamente inteligente. Prácticas, como la rotación de cultivos, las cosechas intercaladas, las de cobertura, la reducción del laboreo y el compostaje están claramente reguladas, verificadas por terceros y etiquetadas para los consumidores.
Aunque tienen defectos, parece que sería mucho más fácil seguir construyendo sobre lo orgánico para apoyar las actividades climáticamente inteligentes en lugar de inventar un nuevo ecosistema regenerativo de regulación, aplicación y comunicación.
Otros expertos sostienen que la diferencia en el uso de la tierra no es (o no tiene por qué ser) tan grande como se estima y ponen en duda la narrativa dominante de «alimentar al mundo». Argumentan que debemos tener en cuenta las pruebas adecuadas para asegurar la superioridad de lo orgánico.
Pero varias comunidades indígenas y pequeños productores han logrado con éxito formas orgánicas, al tiempo que mantienen un rendimiento suficiente de alimentos nutritivos. Aunque estas labores no suelen estar documentadas ni se comparten en la literatura académica, que es la principal fuente de información para las políticas y prácticas agrícolas actuales, por lo que se pasan por alto.
¿Qué es una transición realista?
Así que hay muchos beneficios potenciales en la transición de más tierras de cultivo a la agricultura orgánica. Si bien no está exenta de mejoras, como sugieren datos recientes de Sri Lanka.
En abril de 2021, el presidente de dicha nación, Gotabaya Rajapaksa, prohibió la importación y el uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos, lo que obligó a los sembradores a pasarse a la agricultura ecológica.
Rajapaksa no preparó a la nación para ese cambio, puesto que no se disponía de fertilizantes orgánicos, educación y otros recursos. Las cosechas se desplomaron y cayeron en una horrible crisis. No se sabe si se podría haber conseguido un resultado globalmente positivo si la transición se hubiera gestionado mejor.
Así pues, el debate se reduce a un asunto más holístico sobre el empleo de los sistemas alimentarios. ¿Hasta qué punto queremos transformarlos? ¿Y qué tipo de cambio estructural es realmente posible?
Teniendo en cuenta el reto del rendimiento de la agricultura orgánica y los respectivos costos de oportunidad del carbono, una transición a gran escala parece insostenible si queremos mantener (o incluso aumentar) los niveles de cosecha y los patrones de consumo actuales.
En ese escenario, la introducción de algunas acciones regenerativas en las grandes explotaciones, mientras se sigue dependiendo de los pesticidas y fertilizantes sintéticos, como promueven el USDA y varias de las principales empresas agrarias, pueden ser lo mejor a lo que podemos aspirar.
La esperanza de un futuro mejor para nuestras tierras y comunidades sería posible si pudiéramos revolucionar la relación con los alimentos a nivel estructural. Tendríamos que cambiar a dietas regionales, estacionales y bajas en carbono que minimicen la pérdida y el desperdicio de alimentos y las emisiones de la fabricación.
También habría que duplicar los alimentos nutritivos en lugar de los cultivos básicos como el maíz, la soya y el trigo, que proporcionan calorías pero no hacen mucho por las personas.
Fuente: Expok News