Durante los días en que duró el evento se reunieron en el centro vacacional Shar El Sheikh políticos, diplomáticos y funcionarios de los gobiernos nacionales, defensores de la tierra y el medio ambiente y representantes de pueblos indígenas que exigen una mayor protección de sus territorios contra la explotación por parte de industrias destructivas para el medio ambiente, como la tala, la minería y la agroindustria.
También asistieron enviados de las empresas que explotan las energías fósiles que al participar en las discusiones pretenden proteger su industria de las medidas que buscan acabar con el uso del carbón, el petróleo y el gas. Si la industria de los combustibles fósiles fuera un país, habría tenido la delegación más grande en la conferencia.
Este año, debido a que el gobierno dictatorial egipcio ha limitado los derechos humanos y las libertades de prensa y reunión en el país, tuvieron mayor dificultad para asistir al evento las organizaciones de defensores de los derechos humanos, las ONGs y los medios de comunicación independientes.
En Shar El Sheikh se pronunciaron muchos discursos, realizaron mesas de análisis y debate y, al final de cuentas, poco se logró.
Los resultados finales contrastan mucho con el optimismo que mostraron en los discursos que pronunciaron al iniciarse la conferencia los 96 jefes de estado y/o de gobierno, la presidenta de la Unión Europea, el presidente del Consejo Europeo y, en días subsecuentes, los representantes de virtualmente todos los países del mundo, la de México incluida, que fue la subsecretaria para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Martha Delgado Peralta.
Como en las 26 ediciones pasadas de lo que oficialmente se conoce como Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y la Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el Protocolo de Kioto (CMP), la recién concluida se quedó muy lejos de satisfacer sus objetivos.
Lo mejor que se logró fue que los gobiernos de los países desarrollados acordaron, después de años de negarse a hacerlo, establecer un fondo para darles recursos económicos a los países en desarrollo que sufren pérdidas y daños por tormentas, inundaciones, sequías e incendios forestales provocados por el cambio climático que en gran medida se debe a las actividades económicas de los primeros.
Sin embargo, desde ahora se acepta que pasarán varios años antes de que se determine qué países contribuirán al fondo y con cuánto cada uno, a cuáles países se les entregará el dinero y cómo se administrará el fondo.
El gran fracaso de COP27 es que no se avanzó en nada para reducir el uso de combustibles fósiles, que es la principal causa del calentamiento global y los desastres que ocasiona.
Así las cosas, COP27 será recordado como el evento en que el mundo renunció a limitar el calentamiento global a 1.5 grados centígrados, el objetivo más ambicioso fijado por el Acuerdo de París de 2015.
Fuente: El Economista